La Vida es movimiento. Tal vez toda, tal vez desde que nacemos hasta que morimos, sin duda, desde que recuerdo hasta este momento. Los años pasan, los días pasan, las horas pasan y las estaciones van y vienen. Me ponga como me ponga, todo al final pasa… Y mientras tanto, con frío o con calor, a través del dolor o a través del placer, en mi vida y en mí, van pasando cositas. Un “yo” y unas “cositas” que, como la vida misma, son también movimiento, cambio y transformación.
Y bueno, caminando por la vida, llega un día en el que descubro que en mí se dan tanto el “pensar” como el “hacer”. Que, a veces, pienso demasiado y otras demasiado poco. Que, a veces, hago demasiado, y otras, demasiado poco. Y que, aunque me atrae la idea de moverme hacia el “pensamiento consciente” y la “acción correcta”, todavía me percibo, a veces sufriendo y a veces desorientado.
Y sí, de ahí surge mi inquietud y mis ganas de observar para andar, y de andar para observar. De alguna manera, un salir al mundo a por soluciones para mi sufrimiento y respuestas para mi curiosidad. Y claro, como siempre, entre el Amor y el Miedo, la orilla y el mar, los infinitos caminos, las infinitas vidas, el libre albedrío y la libertad. Sea como sea, cuando los ojos que buscan se activan, hay algo para comprender y/o algo para colocar, algo para “observar” y/o algo para “andar”, algo para mi mente y/o algo para mi sistema corporal.
Yo busco, siempre busqué. Y nada, sin más experiencia que la de jugar de niño al escondite, a veces busco y a veces me escondo, a veces pienso y a veces me muevo, a veces corro rápido y a veces me quedo parado. Y, sin más, voy viendo que pasa mientras que la vida pasa. Lo que funciona, lo repito, y cuando ya no funciona más, busco otra manera y pruebo a ver que tal…
Quizás pasé muchos años buscando fuera, quizás fueron los que fueron, hasta que me dejó de funcionar. Y así, como por casualidad, aparece un día la propuesta de probar algo nuevo, jugar ahora a sentarme como herramienta para observar. Meditación como un mirar hacia adentro para poder reconocerme y, desde ahí, acoger la vida, tal y como es. Observar para darme cuenta que lo que está pasando constantemente es que todo se mueve, que todo es cambio y adaptación. Observar, fuera y dentro a la vez, para darme cuenta cómo viene la Vida y cómo late mi canción. Andar, dentro y fuera a la vez, para colocarme y expresarme en esta película de Miedo y Amor. Y así, como danzando con la vida, entre la consciencia y la materialización, voy colocando mi ser y sus partes en equilibrio y en coherencia con la vida. Torpemente claro, como puedo, a poquitos, quizás como lo hizo también mi niño cuando le tocó aprender a andar…