¡Feliz Navidad!

Sol Invictus - Rome's Legendary Pagan Sun God

Vueltas y vueltas. Idas y venidas. Y una vez más llega Papá Noel con su barba blanca y su saco lleno de regalos. Así, sin más, como tantas y tantas veces, casi de sorpresa, sin tiempo apenas para saber ni que quiero, ni que voy a pedirle este año…

Y bueno, queramos o no, nos gusten más o menos, estemos mejor o peor, atentos o despistados, solos o en familia…, las Navidades siempre llegan. Y con ellas, la vida y la muerte, de los años, de los recuerdos, de los seres queridos… La tristeza y la alegría, los encuentros y los desencuentros, la ilusión y la farsa, la magia y la distopía, … Todo tan intenso, tan especial y con tantos adornos, que uno queda totalmente desorientado, como colgando del árbol expuesto a los vientos y las tormentas. Como una bola más. Y desde allí, suspendido en el aire entre cintas de colores y luces que tintinean, uno queda tan desconectado, tan desubicado, que cuesta reconocer y recordar el verdadero sentido de la “Navidad”.

¿Qué es realmente lo que celebramos estos días?

La palabra Navidad, como tal, procede del latín nativĭtas que significa nacimiento. Se corona así la Navidad como la conmemoración del nacimiento de Jesús de Nazaret, y a su vez, como una de las festividades más importantes del cristianismo. (Palabra de Dios, … “- te alabamos, óyenos.”)

Y claro, como ex cristiano y desorientado en cuanto a mi espiritualidad, entiendo será por eso por lo que estas fechas nunca me terminaron de gustar. Siempre una extraña sensación agridulce. Un ir y venir entre el placer y el compromiso, entre el juego y el mandato, los regalos y las culpas… Y sí, ahora me doy cuenta, como precisamente esa misma sensación fue también la que arruinó mi temprana relación con Dios. Por un lado, misericordia y amor. Por el otro, mandamientos y pecados. Y nada, como para mi niño no era coherente un Dios que “te ama solo cuando te portas bien”, decidí mandarlo todo a la mierda, y seguir la vida sin comuniones.

Y así, pasaron los años y llegó la Navidad…

Y llegó también la farsa de los Reyes magos, las barbas postizas, los disfraces, los camellos, el carbón dulce y mucho más. Pero nada, más allá de todo, incluso de los propios valores cristianos, lo importante siempre fue la cohesión familiar. Había que seguir portándose bien, adornando el arbolito, sonriendo mucho, juntándonos alrededor de los turrones, cantando villancicos, comprando regalos y, por supuesto, debíamos sentirnos muy culpables si preferíamos emplear nuestro tiempo o dinero en cuestiones egoístas, más allá de la Navidad.

Y así, pasaron los años y llegó la Navidad…

 Lo que llegaba desde Oriente era todo un engaño, pero todo se puso aún más turbio cuando la comedia se extendió también a Occidente. En apoyo a los Reyes magos y a sus pajes, aparecían también un montón de renos desubicados y un barbudo con panza para invitarnos a Cocacola y animarnos a seguir comprándonos cosas por Navidad.

¡Gracias Jesús, Papá Noel, Reyes magos y Navidad! Porque, en verdad, sin vosotros las familias tendríamos menos oportunidades para amarnos y ser felices. Porque, aunque muchos no crean en el cristianismo o en nada, lo que nadie parece cuestionar es la importancia y necesidad del apellido “Feliz” de la Navidad. Porque como seres sociales, necesitamos celebraciones, escusas para festejar y vincularnos los unos a los otros. Necesitamos compartir con alegría y unidad. Oportunidades para amar y ser amados, en comunión y en comunidad. No mentirnos, respetarnos y compartirnos desde la libertad.

Y así, pasaron los años y llegó la Navidad…

Y tal vez gracias todo eso, aprendí que, para ser feliz, más que regalos o promesas, necesito honestidad y verdad, creatividad y bondad. Necesito comprenderme y comprender el mundo que me rodea, sentirme vivo, y abrir mi consciencia y mi corazón a que tal vez existe un universo mucho mayor del que alcanzo a ver. Y así, empecé poco a poco a dejármelo sentir, a cuestionarme y dudar de lo que no me cierra, a atreverme a escuchar y mirar a través de diferentes aproximaciones de la realidad… Sin más, como puedo y desde donde puedo, alivianando presiones, pecados y culpas. Animándome a curiosear sobre la magia, más allá de los reyes. A observar como un niño, más allá de las obligaciones de estar y regalar…

Mis ganas de salvar el mundo saltaron de la Biología a la Educación para terminar arrojándose al fuego. Siempre una pulsión intensa y sincera que termina en desencuentros por no encontrar ni coherencia ni honestidad en los entramados institucionales que mienten y politizan siempre a su favor. Así, al igual que el cristianismo construye su empresa en torno a Cristo, el cientificismo lo hace en torno a la Ciencia, los gobiernos en torno a la política y la OMS en torno a la salud mundial. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo. Entes privados cuidando y protegiendo a la humanidad y demostrando su fracaso estrepitoso con un continuo de guerras, desigualdad, abuso infantil y enloquecimiento global. Un verdadero sin sentido. Vampiros desalmados que aprovechan las estructuras sociales para, en nombre de Dios, de la Ciencia, de la Salud o de la Educación, manipular y explotar a la humanidad.

Y, paradójicamente, desde la fuerza destructiva del fuego es desde donde comprendí que tal vez vivía demasiado asustado, tenso y acorazado, demasiado en la cabeza y muy poco en el sentir, demasiado perdido y condicionado por mis heridas, mis carencias y mis debilidades… Que quizás, más que emocionarme con salvar el mundo, tenía primero que encargarme de mí mismo. Y desde ahí, como se y como puedo, me entrego hoy a celebrar esta nueva Navidad como el nacimiento a un compromiso íntimo con una vida más coherente y más honesta. Y sí, alentado quizás por el descubrimiento de como fui engañado una vez más. Ni los reyes magos, ni papa Noel, ni los regalos fueron de verdad. Y ahora descubro que hay más, que seguramente ni siquiera es verdad que Jesucristo naciera el día de Navidad…

Y es que simplemente me cuadra más que sean padres disfrazados con ganas de agradar a sus hijos inocentes, y que sea el capitalismo atroz con ganas de explotar a sus consumidores inocentes. Me cierra mejor que sean pajas mentales y no pajes, lo que acompaña a los reyes con su magia, y que sean vampiros y no camellos o renos, los que sacian su sed en nuestros hogares mientras dormimos ilusionados con las promesas de cambio, las loterías y las navidades… Y nada, parece que una vez vista la manipulación y el engaño, una vez gritado y llorado, me descubro ahora con más facilidad para dudar sobre el nacimiento de Jesús y curiosear.

Así pues, las festividades que existían en el imperio romano, previas a la que hoy conocemos como Navidad, estaban probablemente relacionadas con la agricultura y la necesidad de sol y luz para poder sembrar y que las cosechas creciesen. Del 17 al 23 de diciembre se celebraban las Saturnalias, en honor Saturno, dios del Sol y del fuego, y el día 25 el Sol Invictus, que loaba al nuevo sol que llegaba año tras año para vencer a la oscuridad y hacer crecer los días tras el paso del solsticio.

Pero claro, cuando el mundo eclesiástico descubre en la religión cristiana “la gallina de los huevos de oro”, había que sustituir las festividades paganas por celebraciones cristianas. Así, parece ser que en el concilio de Nicea (año 325), durante el mandato del papa Julio I y con el emperador Constantino I a la cabeza, se decide que Jesús de Nazaret nace el 25 de diciembre y que, a partir de entonces, la Navidad será una fiesta cristiana y nunca más una “herejía vulgar al nuevo sol”. Del mismo modo, Constantino encargó y financió la redacción de una “nueva Biblia” más acorde al dominio político y económico. Así, se descartaron, prohibieron y quemaron los evangelios en los que se hablaba de los rasgos más humanos de Cristo, y se exageraron y manipularon los que lo coronaban como “la nueva divinidad”.

Jesús, un ser humano probablemente humilde, de buen corazón y con un profundo desarrollo espiritual, quedaba así secuestrado y cosificado como esa gallina generadora de oro, sobre la que se cimentaba una de las empresas más poderosas y longevas del mundo: El Cristianismo Institucional. Un emperador, un papa, o quizás otros en su nombre, que creyeron poder saltar de reyes a dioses sin renunciar a los placeres del mundo terrenal. Y así, arrastrados por la codicia, la avaricia y el ansia de poder, firmaban un pacto de sangre con el diablo y daban paso a la Iglesia, al dogma, al engaño y a la tenebrosidad. “Dios-Cristo” resucitado de entre los muertos para volver al cielo y ser hondeado como la bandera de asesinos, estafadores y explotadores seres inhumanos que han sumido a la Tierra en muchos siglos de sufrimiento y oscuridad…

¡Feliz Navidad!

Porque seguramente esta no sea más que otra historia, y para los ojos del que la escribe, un relato que quizás se acerca más a la verdad. Porque independientemente de la lectura, todo pasa, y esto, sea lo que sea, también pasará. Porque hoy, más que nunca, vuelvo a creer en Dios, en Jesús, en los valores de la familia, en el Amor y en la Navidad. Porque, por fin comprendo la división y el sufrimiento que inconscientemente siempre he sentido en estas fechas. Porque en mi corazón, hoy devuelvo su lugar al Sol y me entrego a celebrar todo lo que su nueva luz nos venga a regalar.

Porque ¿quién sabe?, quizás la vida, más que historias siendo contadas, son sueños en los que somos soñados. Tal vez el “Sol invictus” es invicto en realidad y nunca pueda ser subyugado. Quizás todo esto de la iglesia haya sido simplemente eso, un sueño, como una pesadilla de engaño y explotación de la que la humanidad está a punto de despertar…

Y puestos a soñar, aquí va otra paja mental. Porque quizás, al igual que el ciclo anual de 365 días alrededor del sol, haya también ciclos mayores, de miles de años alrededor de otros soles tan lejanos que todavía no alcanzamos a ver… Quizás, estos miles de años de dificultades y matanzas entre seres inhumanos y el resto de la humanidad, no han sido más que la estación fría y sombría de un sencillo ciclo natural. Quizás, estos tiempos aparentemente tan revueltos, no son más que algo así como un cambio de “estación hiperespacial”. Quizás ya se mustia la energía de la estación oscura y llega el calorcito para hacer brotar algo nuevo y de verdad. Quizás toda esta distopía que parecemos estar viviendo sean simplemente los estertores de lo que ha de morir con el cambio, como la agitación de las moscas justo cuando la llegada del frio anuncia su final. La caída de las hojas ya secas del engaño y la explotación, que proliferaron tanto que casi llegamos a creérnoslo como nuestra naturaleza esencial. Ciclos, ni menos ni más. La Tierra en su deambular espacial. Los rayos y la luz de un sol al que volvemos a acercarnos, y que inexorablemente cambiará la energía del planeta. Quizás lo que pronostican los “espirituosos” y las antiguas tradiciones cuando hablan del cambio de era y del aumento vibracional de Gaia, la pacha mama, … en definitiva, nuestro hogar.

Una amnesia global gestando su propio despertar. Inducida por unos pocos desalmados alimentados por la energía de la oscuridad, o simplemente las consecuencias lógicas de un sencillo ciclo solar. ¡Qué más da! Quizás el sueño, la historia y el juego de la “Gran Conciencia”, que todo lo olvida para volverlo a recordar. Pulsando desde lo más profundo de todos los inconscientes, desde el de todos y desde el de la Humanidad. Poniéndonos frente a nosotros mismos, mirándonos a los ojos y preguntándonos qué es lo que queremos de verdad. Para nosotros mismos, para la Tierra, para la Humanidad…

¿Quién sabe? Quizás es momento de decidir si quiero o no participar. Estar y ser yo ese cambio, esa nueva estación, y esos nuevos brotes para una nueva Humanidad. Decidir si creer o reventar, si permanecer o saltar. Si sigo inconscientemente disfrazado de paje, al lado de papas y reyes, o si prefiero buscar otro lugar desde donde sembrar amor, regar con confianza, y esperar la energía del nuevo sol llegar.

Y sí, seguramente que esta bonita historia no sea más que eso, un cuento que cuento y me cuento, cada vez que me voy a la cama y no puedo descansar. Pero así me duermo, y sueño bonito hasta despertar. Salgo del miedo, la angustia y la ansiedad en los que quedo sepultado bajo las noticias de la tele, las guerras, las desigualdades, la explotación infantil, la enfermedad mental… Salgo de la pesadilla de explotación y engaño de unos pocos sobre el resto de la humanidad. Aunque sea para autoengañarme yo también… Pero así duermo, y me siento ilusionado y confiado con un nuevo sol y una nueva realidad. Y desde ahí me da por buscar amor, belleza y verdad… Un nuevo “yo”, siempre inquieto y siempre cambiando, buscándose mientras se cuenta historias de un mundo en el que todos somos compartidos desde lo que somos, desde lo que la Tierra es y es la realidad.

¿Amor o miedo? ¿Paz o guerra? ¿Esclavitud o libertad? ¿Humanismo o transhumanismo? ¿Realidad o virtualidad?… Cuestiones tan íntimas como profundas. Quizás, en este sentido no quede mucho tiempo para no pensar, para medias tintas, o para fingir desconocimiento, despiste o demencia… ¿Creo en el ser humano, me reconozco como tal y decido ser parte de ello, o prefiero vender mi alma al diablo y acomodarme sobre las migajas que me ofrezcan papas, reyes, lobbies y dictadores (seres inhumanos), a través de sus miedos, sus promesas, su tecnología y su inteligencia artificial?

Y quien esté seguro y tranquilo en su lugar, por favor que se quede dónde está. Quien se reconozca honestamente amando y siendo amado, quien se sienta en paz y feliz en Navidad, que agradezca, disfrute y brille con intensidad, pues ya en sí mismo, es un sol para los demás.

Pero para el resto, parece que vivimos tiempos revueltos. De mucha incertidumbre, mucha distopía y mucho cambio radical. Tiempos de muchas crisis, muchos miedos, muchas amenazas globales y muchas enfermedades, sobre todo la mental. Parece que conciliar vida personal, familiar y laboral, lo íntimo con lo social, lo de dentro con lo de fuera, es totalmente imposible. Hay crisis de coherencia entre lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos. Hay más información que nunca, pero nos sentimos totalmente perdidos, sin encontrar sentido a nuestras vidas, sin saber quiénes somos. Fracturados, débiles, abatidos… Como entregados a lo que venga, sin siquiera preguntar…

¿Quién sabe? Quizás nuestras almas han sido secuestradas aprovechando la estación fría y oscura del ciclo hiperespacial. Quizás nuestros cuerpos, sensibles y vulnerables, mentales y emocionales, han sido manipulados a través del engaño y la extorsión para servir como esclavos en quién sabe qué historia, qué sueño o qué realidad…

Y claro, lo mismo ahora que parece que se muere también el cristianismo y la religión institucional, los de las cruces, los que pactaron con el diablo y con la sangre de la especie humana para endiosar sus corruptos y desalmados cuerpos, bajan a Cristo de la cruz, para tratar de coronar a un nuevo dios con el que poder seguir sometiendo a la humanidad. Como ya hicieron con el Sol, y no sabemos cuántas veces más. Esta vez eligen diosa, más acorde con los tiempos y la actualidad. Quizás la elegida al trono sea nuestra amiga, la “Inteligencia Artificial”. Pero, ¿quién sabe?, la vida no deja de ofrecer muestras de su esencia paradójica.

¡Feliz Navidad!

Y así, siguen pasando los años y la que parece sí ha llegado es la Inteligencia Artificial. Y con ella, más polaridad, ¿cómo sino? Los que la aman y los que la temen, los que creen que puede solucionar todos los problemas del mundo y los que piensan que nos va a terminar de enterrar… Quizás ni lo uno ni lo otro, o ambos a la vez. ¿Quién sabe? Ya se verá…

¿Nos hemos preguntado siquiera en qué consiste la inteligencia, y si acaso no sea eso lo que hace distinta a nuestra especie dentro del reino animal?

Se ha definido de muchas maneras y, entre otros aspectos, parece otorgarnos capacidad de razonar, de comprender, de aprender, de planificar, de crear, de dudar, de resolver problemas, de conocer nuestra emocionalidad e incluso de poder ser conscientes de nosotros mismos.

¿No será acaso que, entre tantas gallinas y huevos dorados, entre tanto engaño y tanta explotación, hemos llegado a olvidar lo que somos y, desorientados, ya solo cacareamos y picoteamos, confiando a los amos de la granja tanto nuestro sacrificio como nuestro bienestar?

¿No es sino en lo verdaderamente íntimo y subjetivo, en la verdadera esencia genuina de cada individuo, donde reside la verdadera libertad?

Porque en la polaridad reside la diferencia, la creatividad y la belleza, pero no necesariamente el enfrentamiento. Porque el verdadero respeto y el verdadero amor vuelve siempre a integrar los colores en una misma luz blanca de unidad. Sin conflicto. En paz. Porque no hay ningún problema en que haya blancos y negros, progresistas y conservaduristas, Israelitas y Palestinos, hombres y mujeres, un tu y un yo… Lo ingenuo, tal vez, sea el no darnos cuenta que es simplemente una polarización más. Y ya está. Y bendita ésta, que pinta y colorea la vida, nuestras historias y la de la Humanidad.

Y sí, la Inteligencia Artificial ya está aquí, pero ahora sabemos que no es necesario identificarse y radicalizarse hasta morir o matar. Precisamente porque disponemos además de una inteligencia humana, la nuestra, capaz de “darse cuenta” para poder accionar con libertad. Con amor, belleza y honestidad. Con confianza en la vida y compromiso con uno mismo. Permitiendo que se vuelvan a encontrar lo de fuera y lo de dentro en esa misma luz blanca de totalidad. Y comprender que, si perdemos eso, si las circunstancias nos arrancan el alma y reaccionamos con odio, rencor y crueldad, tal vez tampoco pase gran cosa y lo único que muera sea este momento y esta oportunidad. Como el desvanecimiento de las olas que la piedra genera al chocar contra el mar. Podemos experimentar el mar, o quedarnos pegados a la piedra y sumergirnos en aguas de creciente oscuridad. Oscuridad desde donde nos crecen picos, garras y plumas, quizás, como un intento desesperado por salir a flote a respirar. Asustados, estresados, desorientados, como ahogados en jaulas-ciudad… Piedras atrapadas en pesadillas de naufragios donde apenas llega la luz solar. Y, al acecho, miles y miles de tiburones hambrientos, “zombis” sedientos de sangre, devorados ya por la locura, el egoísmo, la soberbia y el mal…

Pero nada, ¡Feliz Navidad!

Porque ya ha llegado y, con ella, una nueva oportunidad de pedirle a los reyes magos y la vida que nos colmen de felicidad. Porque si algo trae la Inteligencia Artificial es cambio y capacidad. Mucho y para lo que sea. Cambios tan drásticos, tan radicales y tan impredecibles, que nuestra capacidad de adaptación y nuestra inteligencia van a ser desafiados quizás como nunca. Y al acecho, como decíamos, el riesgo de perder la cabeza y, con ello, el alma y la humanidad. Pero, que no cunda el pánico, que estamos en Navidad. Quizás, hoy más que nunca, vamos a poder elegir un regalo de verdad.

Tal vez, sea más difícil que nunca pronosticar lo que está por venir, pero a la vez muy necesario, y por tanto más a mano, encargarnos de cómo lo queremos transitar. Precisamente para eso, para no partirnos la cabeza contra las piedras…

Podemos responsabilizarnos de nuestra nueva vida o dejarlo en “paso” y esperar a ver que tal. Y ahí, es quizás donde la IA nos viene a preguntar… ¿Qué quiero? ¿Ser humano o ser artificial? ¿Una salida fácil, un conectarse a lo virtual, un vivir totalmente inmerso en el sueño de la matrix a cambio de tu ser esencial? ¿Una vida postiza a través de las máquinas, mientras nuestras almas quedan al servicio del diablo y nuestros cuerpos sobreviven entre la medicación y la enfermedad?

Queramos o no, nos guste o no, esto ya está. La IA ha llegado, la matrix y sus entramados están cada vez más a la vista y, de algún modo, todos estamos ya frente a la encrucijada de si elegimos “pastilla roja o pastilla azul”. De si queremos ceder o no nuestra inteligencia, nuestro poder y nuestra libertad. De si queremos encargarnos y responsabilizarnos de nuestras vidas, o si simplemente lo vamos a dejar pasar, ofreciéndolo a las promesas de un futuro artificial…

Sea como sea, mi compromiso para este año es el de honrar y recordar al venidero “Sol invicto”. Y desde ahí, confiar y confiarle para que nos regale la conciencia y la fuerza necesarias para que, venga lo que venga, podamos elegir con libertad.

¡Feliz Navidad!

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