De niño, siempre escuché que “dos no pelean si uno no quiere”. Pero claro, era muy pequeño para comprender, y me enfadaba mucho cuando, además de sentirme agredido o “maltratado por la vida”, alguien señalaba hacia la parte que me correspondía a mí en todo aquello.
Años más tarde, y muy a mi pesar, descubrí que sucedía algo similar a la hora de hacer el amor. No bastaba con mi deseo, y me tocaba aceptar la necesaria participación del otro para la culminación del acto sexual. Y claro, el despertar de un intenso fuego adolescente, junto con la falta de encuentros liberadores, generó en mí mucho bloqueo, ansiedad y frustración.
Y nada, fueron pasando los años y sin darme cuenta fui construyendo mi realidad y mi mundo a través de mis enfados y mis emociones. Las de mi niño cuando se siente maltratado e inmerso en “guerras ajenas”, las de mi adolescente cuando siente sus deseos frustrados. Inventando un mundo sobre el que descargar mi sufrimiento. Llenando de buenos y malos un escenario que no comprendo. Por un lado, mi niño, y por otro mi adolescente; hacia dentro el dolor no dolido, y hacia afuera la coraza, el pecho y la frente. Separando y eligiendo. Como puedo y como se, lo que pienso que me es más conveniente. Erigiendo un mundo, un castillo y unas fortalezas, para compartir como míos con la “gente que elijo y me interesa”. Decidiendo qué sí y qué no, con quien sí y con quién no. De forma sutil, casi sin darme cuenta, interpretándolo y pensándolo todo, como si fuera el resultado de mis decisiones, de mi búsqueda tras la felicidad, de mi deseada expresión de libertad…
Buscando, quizás sin saber ni qué. A veces perdido y a veces emocionado. Sufriendo, y tal vez por ello, buscando. Buscando, y tal vez por ello, sufriendo. Sea como sea, dando vueltas y vueltas, como viviendo dentro de la rueda del hámster. De un lado para otro, mientras la vida parece esperar en su plena quietud, ajena a todo movimiento, inmutable ante cualquier muestra de tensión o ansiedad.
Y nada, supongo que así está bien, que hago lo que puedo y lo que se, quizás como cualquiera, cada uno desde nuestro lugar en el mundo. Desde el mío, ahora tratando de decir adiós a un sufrimiento que ya no siento necesario. Intentando hacer las paces con mi niño, con mi adolescente y con los múltiples personajes que me separan en mil partes.
Los budistas señalan hacia los apegos y las resistencias, la no aceptación como fuente del sufrimiento existencial. A mí me gusta la idea de que sufrimos por “ignorancia”, por falta de conciencia, de madurez, de perspectiva… Me gusta imaginar la vida como una oportunidad para aprender mientras vamos creciendo. Y para ello, ojalá solo durante una parte del camino, curioso ese motor de sufrimiento alimentado con el supurar de nuestras heridas.
Vivir como un caminar hacia la paz. Cada uno desde su niño, desde sus dificultades y desde sus múltiples avatares, quizás los que hemos venido a experimentar.
Buscando, hay algo que me duele, algo que no encuentro.
entre tantos ojos, tanta discordia y tanto sufrimiento.
Buscando, a través de mis miedos y alrededor de mis amores,
descubrir un tú y un yo, en la fusión de los colores.
Siguiendo los ejemplos de mi niñez y mi adolescencia, cuando entre ese tú y ese yo se produce el “match” o no, es cuando surgen el miedo o el amor, el odio o el corazón. Tal vez, lo interesante de esta experiencia es darme cuenta que, más allá de un yo o un tú buscándose para encontrarse, más allá de las muchas guerras o de la aparente paz, lo que hay son muchos niños y muchos adolescentes, entre mi verdadero ser y lo que está pasando en realidad. Muchos niños necesitados que patalean llamando la atención para defender lo suyo. Muchas pulsiones y muchas limitaciones que dividen mi pecho en las mil piezas de un puzle, desde cuyo desorden y separación es muy confuso el baile y la relación con la experiencia real. Y claro, mientras trato de encajar las piezas, de integrarme y reencontrarme, surfeo entre pensamientos e intuiciones, de lo que será un verdadero encuentro con lo real… Buscando un lugar de calma, mientras cada una de esas mil partes necesitadas tiran de mí para saciar su sed apropiándose de la experiencia. Buscando ese abrazo, esa luz a través de los colores, esa paz de sentirnos uno tu y yo, ese encuentro en el que el amor me encontrará…