Qué curioso descubrir que lo que pensaba que era el mundo y lo que pensaba que era yo, no es más que eso, simplemente pensamientos. Pensamientos que emergen como un mundo virtual a mí alrededor, pensamientos que se construyen sobre los cimientos de las creencias de mi vida y de mi reino. Y es que, en cuanto presto atención, descubro que ni yo soy lo que creo que soy ni el mundo es lo que creo que es. Frente a la mirada curiosa y atenta el “Conocimiento” no aparece como algo estable, objetivo y real, sino más bien como un conjunto de meras aproximaciones, que se van transformando y ajustando con el paso de las estaciones. Creencias que colorean mi realidad de una manera muy concreta, hasta que con el paso de los años y las experiencias, afloran nuevos colores y nuevas formas de pintar e interpretar. Y así, sucede dentro al igual que fuera, en lo personal al igual que en lo social. Lo podemos llamar progreso, evolución, maduración, crecimiento o como queramos… pero, lo interesante ahora es darnos cuenta que “todo cambia todo el rato”…
Fluir con la vida o tener capacidad de adaptación es precisamente permitir ese cambio de todo, todo el rato. Aceptar la Vida tal cual es, aceptarse a uno mismo tal cual es, y aceptar las relaciones entre la Vida y uno mismo, tal cual son. Y para ello, es fundamental abrirse a la «experiencia sentida» de la manera más libre y honesta posible. Sentir la Vida y sentirse a uno mismo en crudo, sin juicio y con honestidad. Y claro, ¿cómo puedo entregarme a experimentarme y a experimentar la Vida «en crudo» si ya tengo todo un sistema de creencias al respecto?
Tal vez sea el momento de hacerse preguntas, de despertar la curiosidad, conectar con la inocencia del niño y ser valiente para explorar, reevaluar y reinventar todas esas creencias que llevan tantos años en mí, sin actualización alguna. Bueno, quizás todas de golpe sea un imposible, pero, ¿qué tal si empezamos por darle una vuelta a aquello que sabemos nos limita, nos hace sufrir y oscurece nuestras vidas?
Y claro, como soy consciente de mi cuerpo y sus expresiones en forma de síntomas, soy consciente de las turbulencias de mi sistema mental y emocional, y soy consciente de la oscuridad y el sufrimiento que arrastra mi niño interior; camino buscando la salida al laberinto y tratando de comprender para sanar, de sanar para poder amar. Comprender “La Realidad”, la mía, la del mundo, la de la vida y la muerte, la del mundo mental y emocional, la de las energías sutiles, la de lo llamado “espiritual”… Y así, una vez más, vuelvo a dividir la tarta en trocitos, como para hacérmelo más fácil, como para poder digerirlo con más facilidad, como para adaptarlo a mis capacidades y limitaciones. Vuelvo a dividir la “Totalidad” para poder jugar con ella, vuelvo a salirme de la “Realidad” para inventar trocitos de esencia, que no son más que eso, simples pensamientos, trocitos de nube atrapados en los globos imaginarios del apasionante Universo Mental.
Creencias que crean una realidad de ficción sobre la que jugamos, buceamos, cantamos y lloramos. Creencias que colorean nuestra vida y constituyen nuestro tablero de juego y nuestra realidad. Creencias que nos definen a la vez que nos limitan y que, paradójicamente, la gran mayoría no son ni nuestras, sino que vienen del sistema familiar, educacional, social cultural,… Creencias que, sin darme cuenta, pasaron de ser una orientación a un dogma. Creencias con las que llevo mucho tiempo identificado y, tal vez, descolocado viviendo una realidad heredada que no es la mía. Quizás ha llegado el momento de mover y remover todas esas creencias. Seguramente que algún día fueron útiles, pero hoy ya no me hacen sentido y no quiero que sigan definiendo mi realidad.
“La sensibilidad es peligrosa. Mostrarme vulnerable me hace débil”
“No llores”, “no pasa nada”, “no es para tanto”, “no te preocupes”, “no pasa nada”, “como no dejes de llorar te vas a llevar un azote y vas a llorar por algo de verdad”, “mejor no hablar de eso”, “el tiempo lo cura todo”, “eso ya pasará”, “no llores”, “no pasa nada”,…
No sé ni cuándo, ni cómo, ni por qué, pero en algún momento muchos aprendimos que mostrar el dolor está “mal” y que la sensibilidad y la vulnerabilidad son signos de debilidad. Independientemente de las vivencias del niño herido, o de la herencia cultural y social que hayamos podido recibir, me parece muy interesante plantearnos si esta creencia es parte de nuestra programación, si opera desde nuestro inconsciente proyectando miedos o inseguridades cada vez que la vida nos pide «sentir» o «doler». Tal vez, nos pasamos la vida acorazando, ocultando o huyendo de nuestra vulnerabilidad y, quizás, sea esta la puerta hacia lo esencialmente humano, hacia nuestra verdad más profunda, hacia nuestra naturaleza de Unidad.
Así, decreto que no quiero seguir arrastrando esta creencia que me limita, me aleja del sentir y secuestra mis emociones tras el muro imaginario del pensar. Decreto que quiero ser un humano conectado a su sensibilidad. Decreto que quiero abrirme al dolor cuando éste necesite expresarse en mí. Y decreto que, mostrarme vulnerable, me hace sentir valiente y me proporciona salud y fortaleza vital.
Por lo tanto, pondré atención para que la vieja creencia limitante, madure y se transforme en esta otra, más útil y nutritiva, para mi proceso de crecimiento en el momento actual:
«La sensibilidad es una hermosa cualidad humana. Mostrarme vulnerable me carga de fuerza vital, me conecta con el Sentir, conmigo mismo y con la Realidad”