Julen y la montaña son amigos inseparables. Su relación con la escalada comenzó hace muchos años y, desde el principio, supo que formaría parte importante de su vida. Cuando Julen sale a escalar, no solo disfruta de la actividad, de la naturaleza y de los amigos. Además, es como si su parte más salvaje e instintiva, se incendiase con esa misteriosa mezcla entre fuerza y gravedad.
Por otro lado, a Julen le encanta viajar. Y claro, nunca desperdicia la oportunidad de aderezar su pasión deportiva con la belleza de lugares y culturas diferentes. Es curioso observar cómo en Julen se expresan con intensidad tanto la necesidad de seguridad como el deseo de explorar. Como la incertidumbre de lo desconocido hace reflotar sus inseguridades más profundas. Como, frente a cualquier desafío, lo primero que aparece es el nerviosismo, el susto y la necesidad de control. Pero, también hay algo en él que le impulsa fuerte hacia la acción, a recorrer el mundo y danzar por las paredes como un niño. Algo capaz de saltarse todos los controles y culminar en un perfecto baño de energía fresca y vibrante. Algo que le conduce hacia lo salvaje, una y otra vez.
Lugares inhóspitos, paredes desafiantes, y a la vez, todo bajo control. Un extraño equilibrio entre lo que propone la vida y lo que ofrece Julen. Entre lo de dentro y lo de fuera. Como si ese deseo fogoso se apoderase del guion del espectáculo, y Julen y sus fantasmas quedaran observando desde el patio de butacas. Y así, observando, es como uno también percibe los bailes de Julen con su sombra, cuando estos escalan juntos. A veces, como una pelea; otras como un encuentro apasionado de amor. En ocasiones, ansioso, irritado, como tratando de colocarlo todo en su perfecto lugar. Y otras, flotando, como acunado por el vacío y tomado por una energía sagrada capaz de hacerlo danzar por pasajes de extrema dificultad. Como si la gravedad, la duda y el miedo a la muerte fueran solo un sueño. Como si acaso, el ínfimo contacto entre roca, manos y pies, fuera suficiente para derrocar al controlador y entregarse en crudo a la vida.
Y claro, entre muchas nubes y algunos claros, uno nunca sabe bien ni el “por qué” ni el “para qué” de las aventuras con las que la existencia y Julen se comunican. Y así, aquel viaje llegó de repente. En medio de una separación dolorosa y con las aguas emocionales agitadas, el sueño de cualquier alpinista y tres buenos amigos, invitaban a Julen a la expedición. Al otro lado del mundo, Patagonia y sus montañas de colmillos blancos presagiaban energía de acción salvaje. Pero Julen no es alpinista. Fuerte y confiado en cualquier pared de roca, nunca ha escalado en hielo, y sabe que ese no es su lugar. No obstante, meses más tarde, como si la naturaleza esencial de determinadas propuestas las hiciese irremediablemente irresistibles para determinadas almas. volaban aquellos cuatro amigos hacia Chaltén, Argentina. Probablemente, uno de los lugares más complejos del mundo para la práctica del alpinismo.
Ya sentado en el avión, y con la cabeza atormentada entre el amor y el desamor, Julen echa un primer vistazo a la guía y queda petrificado. Al parecer, en los últimos treinta años es difícil encontrar una temporada sin fallecidos. Y, además, debido a la enorme inestabilidad climática, nunca se ha podido rescatar a nadie accidentado en aquellas paredes. Pese a la prudencia de Julen, parecía rotundamente comprendido que, si se aventuraban a escalar en Chaltén, o salían por sus propios medios o sus cuerpos quedarían congelados allí para siempre.
Terreno peligroso, montañas salvajes, clima extremo y alpinistas muertos todos los años. Escalar en Patagonia puede definirse de muchas maneras y colores, pero, allí quizás sobran palabras y definiciones. Estúpidos los de nuestra especie, que confiamos la realidad al uso de la mejor de nuestras razones, creyendo incluso comprender más allá de nuestra propia ignorancia… Parecería siquiera suficiente cuando el escenario es una maqueta artificiosa creada para el confinamiento en altura de hombres grises, con coches grises, y cerebros y almas grises. Pero allí no funciona, en las montañas de Chaltén hay pocos grises y muchos misterios que transcienden a lo racional.
El despertador suena a la una de la mañana. Los cuerpos de Julen y sus compañeros entienden al instante que hay que ponerse en marcha y deshacer el improvisado campamento sobre la nieve. Arropado por una luna bien fresca y un cielo bien negro, Julen se apresura inquieto. Termina de ajustar los crampones a sus botas, se carga la mochila y echa a andar detrás de la luz que se proyecta desde la cabeza de Javi. La oscuridad de un muro aterrador se levanta bajo sus pies. El terreno comienza a inclinarse severamente en lo que la guía describe como una canal de nieve y hielo de casi mil metros de desnivel.
La previsión de una ventana de estabilidad climática de tres días completos fue recibida en el equipo con aires de fiesta y ansiedad. Casi ochenta horas de tregua en aquellas montañas es un regalo de los dioses que no ocurre todos los años. ¡Épico! Así, el equipo ha decidido ofrendarse en un intento ambicioso a la cumbre mítica del Fitz Roy. Entre cincuenta y sesenta horas para subir y bajar, más algo de margen de seguridad, debería ser suficiente.
Mientras Julen y Javi esperan la llegada de Juanan y Luis al pie de la canal, Javi comenta que la condición de la nieve es buena. Julen celebra los ánimos de su compañero mientras comprende, en ese preciso instante, que los dos mil metros de escalada que tienen por delante, no serán precisamente de roca seca y pies de gato. Como desnudo, y atravesado por sudores fríos, escucha como sus compañeros calculan seis o siete horas para ese primer tramo, y que, debido al buen estado de la nieve, lo escalarán sin cuerda, para agilizar la progresión.
De repente, Julen desaparece entre sus miedos. Como devorado por las sombras de la oscuridad, y como clavado, con pinchos en manos y pies acostumbrados a otra cosa, Julen se detiene sobrepasado. Con la respiración y el corazón fuera de control, y la cabeza por explotar se da cuenta que así es sencillamente imposible. Con la frente contra la nieve, ofrece su alma y su destino a los dioses. Como pidiendo ser guiado, como implorando ser tomado y así no tener más que pensar.
Afortunadamente, todo pasa y aquella ansiedad queda atrás como un mal sueño. Tras el abrazo cálido de Juanan, las palabras cariñosas de Javi y el aliento cercano de Luis, todo vuelve a su sitio y Julen reaparece envuelto en una cálida serenidad. Seis horas y media más tarde, empapado en sudor y a casi a mil metros de altura sobre la cama improvisada del día anterior, acontece un segundo despertar. El túnel aterrador de nieve y hielo, da lugar a los primeros muros de roca. Ya ha amanecido, y mientras Julen saca la cuerda de la mochila para continuar, arranca en lágrima saboreando lo efímero del tiempo cuando la concentración es total.
Atados, ahora sí, Juanan y Javi toman la cabeza para conducir al equipo por un terreno muy complejo en el que nieve, hielo y roca se encuentran para poner a prueba el salvajismo del esfuerzo y el control mental. Extenuados y tras dieciséis horas de actividad, el equipo flojea cuando el frío y las nubes no pronosticados se cuelan en la fiesta. La cosa se pone “peluda”, la ropa de abrigo y la sed de aventura no dan para más. Pese a la pasión y el empuje heroico de Javi, es momento de abandonar.
Extenuados, deciden pasar la noche en una pequeña repisa, colgados sobre la vertical. Julen, aliviado con la decisión, concentra ahora su energía para organizar material, fundir nieve y preparar comida. Y, entre tanto, cuando por casualidad sus ojos se detienen un instante frente a la total inmensidad, se descubre de nuevo como frente a un escenario, como atrapado en un sueño, sin saber si aquello está siendo o no real. A la deriva, entre pensamientos y emociones de una efervescencia arrolladora, como en total presencia y a la vez sin estar, va anocheciendo alrededor de un agradable parloteo sobre las batallas del día. Riendo por no llorar, gozando de una sopa bien caliente, y celebrando haber sido cuidados por los dioses. Implorando, por la gloria de sus madres, llegar a casa sin accidentes, y poder volver a soñar con escalar.
Ya desde el saco, acurrucados los unos contra los otros, las barrigas se enfrían y la noche entra en un letargo de constante lucha física y mental. Cada uno con lo suyo, y dios con lo de todos. Hasta que llega la nieve para recordar que el pronóstico meteorológico también puede fallar. Y así, como sin querer entender la gravedad del asunto, o más bien sin poder hacer mucho más, Julen cierra sobre su cabeza la funda de vivac mientras trata de defenderse de pensamientos de muerte y fatalidad. Y claro, al igual que subiendo por la canal el tiempo se evaporó en la acción, ahora, inmóvil en su sepultura, los miedos más profundos convierten la nevada en una eternidad.
De repente, el equipo es alcanzado por un desprendimiento de nieve que transforma el silencio sepulcral en tumulto y acción. Julen saca la cabeza al exterior y enciende su linterna. El escenario no da para volver a esconderse. Toca ejecutar. Y sí, pese al dramatismo aparente, es en la acción donde Julen conecta con su guerrero más luminoso. El campamento está completamente enterrado en nieve, y todo se tensa un poco más al descubrirse bajo la luz el estado en el que se encuentran Luis y Javi. Compartiendo saco y funda de vivac, no han podido refugiarse bien y están empapados. Javi tirita abrazando en su pecho a Luis que, desencajado y pálido, ya solo balbucea, rehuyendo incluso cualquier tipo de ayuda. Los ojos de Julen se cruzan con la impotencia de Javi, y es en ese instante en el que la llamada de auxilio es escuchada desde el más allá. De repente, todo es comprendido sin necesidad de hablar. La hipotermia amenaza con la muerte y el equipo inmediatamente se pone a funcionar. Como las abejas, las hormigas, o las migraciones de los salmones de vuelta al hogar… Como haciendo, sin poder decidir no hacer. Y así, uno calienta nieve, otro busca mechero y comida en las mochilas enterradas y otro masajea y alienta con amor y violencia a quien todavía no le toca marchar.
El amanecer trae al equipo de vuelta a la vida. El día está despejado, como de vuelta también al pronóstico inicial. La alegría y las emociones de todos reverberan con la belleza de un paisaje cubierto de un blanco celestial. Diecisiete horas más tarde, cuatro cuerpos alienados por el esfuerzo, llegan arrastrándose a las tiendas de campaña en el campamento de Piedras Negras. Sin aliento para rellenar con palabras, y como en una secuencia ancestral de supervivencia, caen en un corro tribal devorando la comida que les queda sin orden ni medida. Y así, con la tripa y el alma calientes, y los ojos supurantes de alegría, se entrega Julen al descanso agradecido por seguir con vida.