Pura, bendita y sagrada. También puede estar contaminada. Más allá de todo tiempo y lugar, de toda civilización y toda expresión. Quizás, la vida en sí misma.
Y desde ahí, jugando a cambiar de forma, a crear y destruir. Como cualquier niño a la orilla de cualquier mar. Inocente, salado, sin comprender el complejo mundo de los adultos. Incapaz de expresar la belleza del lugar, o adivinar siquiera lo que papá y mamá sienten bajo ese instante vacacional. Pero, el niño juega. Juega porque desea jugar. Y así, se entrega sin medida, al revolcar y a la fuerza de las olas. Y claro, a veces ríe y a veces llora. Como ella, tan salada como natural. Con ella, como amigos inseparables que llevaran abrazándose y golpeándose miles de vidas. Como alcanzados por esa danza cósmica y misteriosa que a veces nos hace volar, y otras, arrastrarnos entre los ilusorios laberintos del bien y del mal.
Omnipotente y omnipresente. Tanto en la tierra como en el cielo, la magia de la observación nos revela su presencia en toda forma vital. Hoy y siempre. En la soledad del continente blanco, y en el aliento y la sangre de seres no tan blancos. En la salvación y la sanación de vidas inocentes. En la condena y el trauma de una muerte fatal. Saciados y ahogados, ella está en todos por igual. Pero eso somos sólo nosotros, nuestros deseos y nuestros trozos rotos. Ella simplemente juega. Va y viene, emocionada entre las olas. Como su amigo niño de la playa. Destruyendo y construyendo con energía similar.
Cuentan que está formada por oxígeno e hidrógeno, y que ocupa las tres cuartas partes de un planeta llamado Tierra. Pero quizás, eso sea lo menos relevante. Como las palabras, que, incoloras, insaboras e insípidas, tratan de embotellar esencia vital para saciar nuestra necesidad de consumo. Pero vamos, que eso es sólo nuestro. Como el hambre, que más allá de niños, olas y reflejos sobre la superficie del mar, es ahora lo que empuja a mi estómago a suplicar por cocinar. Y así, como desnudo y con la despensa vacía. Con muchas ganas, pero sin ideas claras, siento como despierta también el deseo en el caldero de mi pecho y mi garganta. Como se acercan mis labios al grifo las palabras y como el papel, también blanco, desea ser inundado con esta mágica sustancia sólida, líquida y gaseosa, que ahora parece calmada y en paz.
Pura, bendita y sagrada. Omnipotente y omnipresente. Ella simplemente juega. Se divierte con el mundo de las formas. Pero yo soy duro y me cuesta entregarme. Me cuesta no saber qué será creado y qué devorado. Me cuesta reconocer la supervivencia y el gozo, como la sal y el aceite de la vida. Comprenderme solo, y a la vez con todos, en la misma mesa y el mismo lugar. Y claro, a la vez también me cuesta sostener el hambre y las ganas de explorar. Y, tal vez por eso, como el niño contra las olas del mar, ofrezco ahora mis manos al fuego y pongo el caldero a calentar. Quien sabe, quizás pronto la agitación y las burbujas, te inviten de nuevo a volar. Quizás vuelvas a las montañas, a las nieves, a los ríos y al mar… Y nada, si tiene que ser así, así será. Seguramente mi niño viva tu marcha con lágrimas y dolor. Pero, quizás también la vida nos ofrezca ese rico aroma de abundancia que permite saciar nuestros estómagos a voluntad. Quien sabe, quizás muy pronto, quizás ya está…