Soltar y saltar

Toda carga ha de ser revisada. Siempre, sin excepción.

Por fin me reconozco como un ser mayoritariamente conceptual. Sin más, como una mera aproximación hacia lo que soy, que resulta de la propia autoindagación. Ni bueno ni malo. Simplemente miro y aparece una parte de mí que es y no puede dejar de ser. Observo, y se corona como la expresión más pudiente de entre las aguas de mi propio reino. Siempre presente, siempre tratando de comprender…

Y desde ahí, la más grande de todas las fortunas o el más oscuro de todos los infiernos. ¿Cómo sino? Un mundo de extremos polares y, al acecho, siempre el delicado pulso entre la experimentación y la interpretación. Un físico salvaje muy inquieto, y un interés genuino por todo lo relacionado con las ideas, la mente, los conceptos y la palabra. Tan rotundo como mi propia estructura muscular, tan escurridizo como los infinitos pensamientos sobre los que sucede mi respirar…

Toda carga ha de ser revisada. Siempre, sin excepción.

Porque, “es solo cuando el felino descubre su capacidad para retraer las garras, cuando puede hacerlo”. Porque, las uñas nacen afiladas y su tendencia natural es estar presentes. Sin más, como una parte fundamental del gato para su supervivencia. Frente a cualquier amenaza, para atacar o para huir… Ni bueno ni malo. Simplemente parte del gato que, a su vez, le complica la vida cuando necesita contacto y afecto, cuando necesita jugar y relacionarse. Pero el gato es tanto juego como caza, tanto treparse a un árbol cuando es perseguido, como mimos y sutileza cuando ronea pidiendo alimento. Tan necesarias son sus garras como aprender a soltarlas. Soltar y saltar, simplemente cuando toca, nada más y nada menos.

Y así como las del gato, afiladas son también las “garras mentales” de mi parte conceptual. Y claro, difíciles las relaciones hasta que descubro que también yo puedo soltar. Un querer amar la piel con cuchillos afilados, un arduo caminar sobre el agudo filo de la navaja… Y así, como rebotando entre las paredes de un pasillo interminable, llega por fin el día en el que el concepto no cabe más dentro de mí mismo, y explota todo sobre el doloroso reconocimiento de una vida sin sentido. Una vida de mentira, en la que el engaño y el autoengaño no es sino la perfecta expresión de un hombre pegado a sus garras en su anhelo profundo por amar y ser amado. Un perfecto susurro creativo, desde la imperfección más humana. El pulso de infinitos e irreverentes esbozos de realidad, que apenas siquiera aproximan a rozar la dulce piel de mi amada.

Y así, para sobrevivir o simplemente jugando, para relacionarme y conocerme, me paso la vida entre cuentos. Una búsqueda interminable contando y contándome historias como si acaso fueran esencia de vida real. Y claro, empachado y bajo el influjo de la luna llena del clan familiar, acontece la vida del “hombre lobo”, la mía, como la única realidad. Ni bueno ni malo. Para quien la cuenta, simplemente una historia más, para el hombre-lobo, súbitas transformaciones y sed de sangre, más allá del control y la voluntad.

¿Cuál es sin embargo la Realidad? ¿A qué sabe el encuentro directo con los anhelados labios de la amada?

¿Y si el mismo pulso que me lleva a preguntar es ahora el que se entrega ante la inutilidad de cualquier esfuerzo por contestar?

Preguntas y respuestas que podrán encender el fuego pasional de la curiosidad y la búsqueda, pero nunca ser esos labios o esa brizna de realidad.

¡Simplemente no puede ser!

Toda carga ha de ser revisada. Siempre, sin excepción.

“Porque al igual que el rabo no puede mover al perro, las historias no pueden contarnos a nosotros, ¡no pueden contar la Realidad!”. No es cuestión de esfuerzo, paciencia o habilidad. Simplemente no funciona. Nos pongamos como nos pongamos, no hay historia, palabra, concepto o idea, capaz de regalarnos, a imagen y semejanza, eso que esencialmente somos, eso que Es, eso a lo que llamamos “Realidad”, y cuyo aroma deseado nunca ha dejado de hacerme vibrar.

Así pues, desde esa parte conceptual de mí mismo, parece que puedo comprender y comprenderme. Y sí, quizás, por eso lo intento. Pero, sin embargo, es ahora mi propia piel tirante la que hace absurdo el viaje si no es más allá del propio “parecer”. Conceptos dentro de una matriz conceptual desde la que irremediablemente queda limitado el acceso a la totalidad de lo real. Los sueños mojados del pez, acerca del agua que le sostiene y le permite ser. Contarme a mí mismo la historia de mi propia incapacidad para descubrir, de la mano, el sinsentido del laberinto y el deleite en cada uno de los callejones que me llevan de acá para allá. Sea como sea, por sufrimiento, por hartazgo o por mera curiosidad, toca inventarse la receta, y atreverse a afrontar un destino ineludible como ser conceptual. ¡Soltar y saltar!

Saltar de mi propio barco y entregarme al más allá. Sin mi gran tesoro, sin mi piel, sin mí mismo y sin mi única realidad. Saltar del mar mental del vientre materno y fusionarme con un sentir sin preguntar. Desnudo, como frente a un salto mortal… Una y mil veces. Flotando a la deriva sobre las infinitas olas del ser y el estar. Una y mil veces, mientras las olas y las historias, me acunan y me sostienen, mientras sucede el misterio de la noche y la incertidumbre de la luna llena en alta mar.

Toda carga ha de ser revisada. Siempre, sin excepción.

“Porque si se trata de saltar al vacío, mejor desnudo y ligero”. Porque para el hombre mental la carga es mental, es pesada y es siempre. Y así, me doy cuenta como invento, acumulo y arrastro pesos que sólo yo veo. Cargas que, como las historias y las olas, son simplemente eso, conceptos entretejidos en un marco irreal… Ni buenas ni malas. Cuadros de papel pintado. A veces preciosos paisajes con flores y atardeceres, otras, fantasmas y dificultades. A veces, desde la imaginación del propio narrador. Otras, desde la sed de sangre y el profundo arrebato lunar del hombre lobo. Espectros humeantes que empujan mis partes arrebatadas de acá para allá. Entre la luz y la oscuridad. Entre el sinsentido de un sobrevivir de alquiler en el sótano de mi propia cárcel mental, y la pasión irresistible por sublimarme algún día sobre esos brazos…, los de mi amada Realidad.

Toda carga ha de ser revisada. Siempre, sin excepción.

Porque el hombre conceptual libre de la carga de su propia naturaleza queda al servicio de todo lo que necesite ser comprendido. Porque el hombre capaz de mudar su piel de serpiente y seguir adelante, quizás ya no es más gato ni perro ni lobo, quizás ni siquiera hombre. Quizás ya fue incluso “soltado y saltado” por muchos otros seres, desde allá, al otro lado del más allá…

Porque, ¿quién sabe?, quizás el único sentido profundo de las palabras, los conceptos, las ideas y todo el plano mental, sea el de ofrecer y dar espacio a todo lo que Es… Como mi cuerpo, como la vida misma, o el sueño de hacer el amor con la realidad. Espacio abierto, libre de cargas e interpretaciones, espacio vacío capaz de fundirse con lo infinito, con el propio ser, con Eso…

Y, por tanto, toda carga ha de ser revisada. Revisada y liberada hasta que, ¿quién sabe?, quizás un día suceda ese sagrado encuentro entre la forma y la esencia, entre el ruido y el silencio, lo que soy y lo que creo ser, el espacio y el vacío de este tremendo misterio existencial.

¿Quién sabe? Tal vez, el único misterio no sea sino el de mi extraña habilidad para partir la luna llena en mil pedazos, y esconderme, tras los infinitos aullidos del lobo en la oscuridad. Paradójico desencuentro, este que creo y me creo, que cuento y me cuento, desde las garras mentales con las que trato de comprenderlo todo, y a la vez,

siempre, sin excepción,

de amar…

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